martes, 29 de enero de 2013

Zonas verdes y clases sociales: El “arbolado” de la Dehesa de la Villa

ESCENAS DE TETUÁN

Antonio Ortiz Mateos, historiador.[1]

Coincidiendo con la expansión que experimenta Madrid durante la segunda mitad del siglo XIX, son varios los proyectos que conocemos de arbolar” la Dehesa de la Villa, con el objetivo último de “alejar” a los trabajadores de aquellos espacios que la burguesía trataba de apropiarse en exclusiva (Recoletos, Retiro, etc.) ofreciéndoles una alternativa para su “solaz y recreo”, eso sí, en la periferia de la ciudad. 

El primero de los proyectos data de 1860, fecha en la que Francisco Villanueva dirigió una carta al Secretario del Ayuntamiento proponiendo la plantación de un millón de árboles en la Dehesa de la Villa -encinas, nogales, castaños y pinos-, con un coste de “cuarenta y cuatro mil ciento cinco reales y treinta maravedises”, siendo necesario, para que la plantación llegara a buen fin, que no entrara ganado en la dehesa durante cinco años. Con el tiempo, según Villanueva, el bosque valdría “algunos millones de reales”.[2] Sometido a informe del Comisario de Paseos y Arbolados, éste rechazó el proyecto, argumentando que la Dehesa de la Villa no podía “llevar castaños y nogales que piden suelos frescos”; estimaba, además, que el perjuicio de cerrar la dehesa durante veinte años al ganado, tiempo necesario para la formación del bosque, y no cinco, como indicaba Villanueva, era demasiado elevado; asimismo consideraba que, dadas las características del suelo y clima de la zona, el tiempo necesario para “sacar provecho” de los árboles plantados era excesivo: “En 1817 se sembraron los pinos de Chamartín y hoy a los 40 años apenas empiezan a dar productos”.[3] Por su parte la Comisión de Policía Urbana puso como impedimento la necesidad de ceder parte de la Dehesa de la Villa para la construcción de un manicomio modelo, establecido por Real Decreto de 28 de julio de 1859, acordándose finalmente no admitir el proyecto de Francisco Villanueva.[4]

Tras el triunfo de La Gloriosa en 1868, Fernández de los Ríos envió desde París, donde se encontraba exiliado desde hacía varios años, una serie de artículos que serían publicados aquel mismo año por el Ayuntamiento Popular de Madrid bajo el título Estudios en la emigración. El Futuro Madrid. Paseos mentales por la Capital de España tal cual es y tal cual debe dejarla transformada la revolución. Bajo el epígrafe “Plantíos desde Maudes a la Granjilla”, Fernández de los Ríos señalaba la urgencia de proceder, en las cercanías de Madrid, a “cubrir de árboles todas las lomas y cerros desde el de la Elipa, más arriba de la Venta del Espíritu Santo, dando vista a Vicálbaro hasta la Puerta de Hierro, en todo terreno que no sea propiedad particular; comprendiendo los que se hallen en este caso en el arroyo de Abroñigal, la Viña del Boticario, las alturas del Valle del Moro, las lomas de las Veguillas, los contornos de la dehesa de Amaniel, los arroyos de Cantarranas y San Bernardino, el cerro del Pimiento, la Viña del Bordador, las Batuecas, la Moncloa, las orillas del Manzanares y, por último, la Casa de Campo”.[5] En total más de 10 millones de árboles.

En relación con la Dehesa de Amaniel, estimaba Fernández de los Ríos que era el lugar idóneo para celebrar en ella una Exposición peninsular y ultramarina en 1870, debiéndose construir para ello “un gran palacio formado por el conjunto de una serie de galerías de hierro, cristal y zinc”, dispuestas de modo que, acabada la Exposición pudiera servir de mercados central y subalternos. El poco tiempo que estuvo como Concejal al frente de la Presidencia de Obras determinó que, en su mayor parte, tales proyectos se quedasen “en los papeles”.[6]  

Años más tarde, el 23 de julio de 1883, el entonces alcalde de Madrid, Marqués de Urquijo, propuso al Ayuntamiento la creación de una Junta que estudiara la creación de “bosques y jardines extensos en los alrededores de esta Capital, que modifiquen favorablemente las condiciones higiénicas de la población y sirvan para el solaz y recreo de su vecindario”. Para auxiliar en la realización de los trabajos, el Marqués de Urquijo prometió entregar de su peculio particular “sesenta mil pesetas en efectivo metálico” en el momento que se iniciara la ejecución de los proyectos. Entre las zonas que se proponían arbolar figuraban la Casa de Campo, los viveros de la Villa, la Florida, la dehesa de Amaniel, el Hipódromo y El Pardo. En realidad, tras la propuesta latía un intento de alejar a las “familias de los honrados trabajadores” del Prado y la Castellana, “que son los sitios preferidos por otra clase de la sociedad”. Según había podido observar tras visitar varios lugares donde acudían los domingos aquéllas, se solazaban con la música, los bailes al aire libre y los juegos “completado con fraternales meriendas que allí mismo se preparan sirviéndoles de mesa y asiento la verde alfombra que tapiza el suelo”.[7]

El 8 de marzo de 1890, la Revista de Montes y Plantíos, periódico dedicado a los intereses forestales, daba cuenta de la plantación en la Casa de Campo de mil coníferas traídas desde los pinares de Balsaín por el Real Patrimonio, así como la puesta en marcha del proyecto elaborado por Rodrigáñez, director del arbolado municipal, para el embellecimiento de la capital, terminando con un párrafo que reproducimos dada su actualidad “...y si no lo hace en la escala que tiene manifestado, no es culpa suya ciertamente, sino que hay que atribuirlo a que la villa no tiene terrenos de su propiedad dentro de su término municipal invertido hoy por la edificación urbana que le ocupa todo o poco menos, puesto que lo que no está edificado es de propiedad particular que a la edificación urbana lo destinan”.[8] 

Una de aquellas fincas en las que no pudo llevarse a cabo la plantación proyectada fue el sitio conocido como la Dehesa de Moratalaz, al oponerse los dueños a que el Ayuntamiento efectuara en aquel lugar la plantación de cien mil árboles que había proyectado Rodrigáñez. Tampoco se pudo llevar a cabo en la Quinta de los Pinos, propiedad del Sr. Jausás, una finca situada junto a la Dehesa de la Villa. 

Donde si se había iniciado ya era en la Dehesa de la Villa, habiendo proyectado el Ayuntamiento plantar cien mil árboles de diferentes clases, la mayoría coníferas. En la campaña de 1890 se plantaron 10.000 árboles, dando trabajo a trescientos jornaleros, entre los que se encontraba Largo Caballero, en paro como estuquista durante los meses de invierno. Según la Revista de Montes y Plantíos, a pesar de su número, no había de sobrarles mucho tiempo, ya que “un hombre al día puede abrir un máximo de tres hoyos” y, además, “hay que contar con el arranque, acarreo, plantación y el riego necesario”. Para éste, la revista proponía elevar el agua desde el canalillo del Lozoya que pasaba por la misma Dehesa.

Plantación en la Dehesa de la Villa

(Dibujo: Comba; La Ilustración Española y Americana, 1890; Hemeroteca BNE)

El diez de junio de 1890, el Ayuntamiento organizaba una gira con el objetivo de examinar la plantación de pinos que se estaba realizando en la Dehesa de la Villa. Además estaba previsto que cada invitado plantara un árbol, formando con todos ellos la calle de la Prensa. A las seis de la tarde, varios ómnibus recogieron a los invitados en Cuatro Caminos. Una hora más tarde, se encontraban en la Dehesa el gobernador civil de la provincia, señor Aguilera; la mayoría del Ayuntamiento, con el alcalde señor Mellado al frente; una comisión en nombre del Ejército, y un gran número de representantes de la prensa. A continuación, cada uno de los invitados empuñó la azada, cubriendo de tierra el hoyo donde previamente un obrero había introducido los plantones. Tras “el esfuerzo” realizado, todos los invitados se sentaron a una mesa, colocada para la ocasión, donde Fornos sirvió un lunch en el que abundó el Champagne, amenizado por los acordes de la banda del batallón de Ciudad Rodrigo, dirigida por el señor Chapí. En los alrededores, según destacaba la prensa, “hubo una gran concurrencia de vecinos”, que bailaron al compás de la banda militar y se prestaron gustosos a figurar en los grupos tomados por un fotógrafo. A las nueve, entre dos filas de trabajadores de la Dehesa que iluminaban el camino con antorchas, los invitados emprendieron el regreso a Madrid.[9]

¡Hay cosas que no cambian!.


[1] El presente artículo no hubiera sido posible sin la existencia y trabajo llevado a cabo por la Coordinadora Salvemos la Dehesa de la Villa a quien agradezco la documentación y consejos facilitados.
[2] Archivo Villa Madrid. Secretaría: Carta de Francisco Villanueva al Secretario del Ayuntamiento. 31 de agosto de 1860.
[3] Archivo Villa Madrid. Secretaría: Informe del Director Facultativo del Ramo del Arbolado. 13 de octubre de 1860.
[4] Archivo Villa Madrid. Secretaría: Informe de la Comisión de Policía Urbana. 13 de noviembre de 1860.
[5] FERNÁNDEZ DE LOS RÍOS, Ángel: Estudios en la emigración. El Futuro Madrid. Paseos mentales por la Capital de España tal cual es y tal cual debe dejarla transformada la revolución. Imprenta de la Biblioteca Universal Económica, Madrid, 1868. Edición facsímil, Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1989, pp. 232-233
[6] Ibidem, pp. 262-263
[7] Archivo Villa Madrid. Actas de Pleno, 23 de julio de 1883.
[8] Revista de Montes y Plantíos, nº 217, 8 de marzo de 1890.
[9] LA IBERIA, 11 de junio de 1890.

2 comentarios:

  1. Es llamativo cómo en la ilustración de la plantación hay un solo obrero agachado con una azada, y una multitud de "autoridades", con uniformes, bombines y chisteras, mirando.

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  2. Atinado comentario, estimado Gracchus

    Un cordial saludo

    Antonio Ortiz
    antonioortizmateos@gmail.com

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